Tres en una tormenta

Texto leído durante la presentación de la novela

Tres en una taza, del escritor Froilán Escobar.

Martes 9 de agosto de 2016

Hablar del Caribe es discurrir sobre huracanes. Meteorológicos, musicales o ideológicos: tal parece que a esta cuenca, escenario de tanta historia, no le bastase con los conceptos mesurados de lo racional y lo enciclopédico. Las cosas deben hacerse a arrebatos y a brincos. Si el viento te roba el sombrero, es cuestión de revolotear los brazos como arlequín desaforado para contener el ataque de un quijote hecho de ciclones. Si tu esférica contextura no te deja pasar por la puerta, ha de reventarse la ventana a golpe de mazo y martillo. La ambulancia irá en paralelo con su aullido; el paciente moribundo irá recitando soledades gongorianas a los estupefactos camilleros y, así como se van desdoblando las ondas sonoras de la voz profunda y la sirena chillona en dueto disímil, se irá también desgajando la unidad temporal y psicológica de un personaje que es invisible según quien lo mire. Este yo de ahora no es el tú de ayer, ni mucho menos el nosotros de mañana, ese pronombre con que siempre nos vienen a narrar la historia oficial. Tres entonces ahora sí viene a ser una multitud, cuando en el medio está aquella que uno supo amar por todo su cuerpo, y de la que el otro atesora orgasmos fugaces hechos solo de recuerdos que nadie puede afirmar fueran surgidos de la piel.Se publicará simultáneamente en España.  Uruk Editores

Pero que la ciudad se te borre ante la vista, y el ómnibus irrumpa por la sala de tu casa es poca cosa, cuando ya la vida se te ha ido por el cartucho donde depositás la mierda que es tu existencias. Ya sea por culpa de un comité al que no le gustan tus ideas (un comité al que no le gusta ninguna idea), o porque ya desde antiguo venías condenado por esa manía de abrir la boca y soltar significados sin asidero con la verdad impoluta, vos sabés que al final la existencia que se precie de serlo debe resumirse en una tragedia gargantuesca. Y como algunos afirman que la única cosa que un poeta debe saber hacer bien es abrir la boca y dejar escapar un universo, entonces Froilán abre la suya y nos crea un esperpento musical de proporciones proustianas con matices de Joyce y Tu-Fu, donde el recuerdo ahora no es nada sino una faceta más de esa vida que los budistas ya sabían no la vive nunca un solo individuo al que insistimos en llamar Yo (o tú, o ella, vaya usted a saber). Por ahí dicen que la novela no es que se muera, es que hay que matarla cada vez que se hace una nueva, si es que uno quiere que la novela siga vive. Froilán hace eso: nos la devasta a la muy pobre y artrítica invención cervantina a punta de hachazos y cortes profundos de bisturí, y luego la empieza a armar a su gusto, con un pincel muy fino, como hecho de bigote de cubano, como el que usaba su maestro Lezama.

Van entonces desfilando, en carnaval, personajes y memorias hechos de trazos sobre papel seda. No puede resultar de otra manera en La Habana. Y así nos sumergimos desprevenidos los indefensos lectores, de la mano de este demiurgo algo farsante y muy zalamero que se esconde detrás de sus juegos de palabras con algo de Foucault y mucho de Quevedo, hundiéndonos en la caterva de historias fuera de la historia que es la que se vive aún en la Antilla mayor. La ciudad que se desarma a pedazos se convierte en un flujo turbulento de desfiles y alboroto: no importa si hay que asaltar la Embajada (así, con mayúscula) para escapar del paraíso que algunos dicen que se hunde (aunque los letreros proclamen que crece, crece solo), o porque urge subir a la última guagua o dar los postreros pasos de compañía a Lezama camino al cementerio. Que dos manos se persigan en escandalosa cohabitación carnal sobre el pecho del narrador es asunto nimio: ¡todos a bailar la conga!, porque a la revolución se la lleva el viento, mientras el tintero de Froilán va vertiendo juntos al barroco y a los cantos africanos, y el coro es la mismísima cohorte indómita de los dioses yoruba, a la que no pudieron nunca vencer ni la Iglesia ni tampoco ese socialismo que llamaban científico.

El mensaje tumultuoso se nos ofrece entonces cautivo de luminosidades. La boca de Froilán sabe soltar resplandores, y la descomposición del personaje y su ansia por B allá lejos, al final de la novela, se van recreando en un mundo de sonoridades y memorias confusas como un maravilloso caleidoscopio verbal. Y si atrás del sacófago de Lezama viene la Cuba cultural sumida en chillidos en medio de la comparsa, mientras el mundo se nos sale de su eje tan kepleriano a punta de tanta lágrima, es porque a los gigantes únicamente se les ha de llorar así, con total desmesura, en pleno cataclismo.

Escribir novelas es salirse del mundo para poder verlo mejor. Leerlas, aún más. Lo sabe bien Froilán porque ya lo tiene en la sangre que le dio su padre, esa sangre que volaba aviones de madera con la imaginación. Pero es que para un verdadero poeta y novelista hacer una novela es trazar verdades que parezcan irreales solo para los que tienen los ojos cerrados, verdades donde entran como pasajeros de pleno derecho en esta guagua que es la vida, tanto poetas gongorianos como jineteras fosforecentes, e incluso esos que apenas saben trazar letras en forma de palotes sobre cartuchos vacíos de cemento (y que generalmente son los que cantan metáforas mejor). Y es que esta novela nos clava clara su certeza, de que la vida se larga veloz y los amigos se nos van escapando por las ventanas del bus, y pasan veinte años y ayer éramos jóvenes y hoy llevamos el cabello plateado, si es que algo nos resta aún sobre la coronilla. Y atrás muy lejos han quedado Tú con B, y yo entre tanto, este Yo solitario, solo he podido guardarme una brizna de su cabello antes de que el viento se pusiera a volar.

Y así, finalmente, solo me queda proferir una enorme admonición, que no quiero que luego se me juzgue omiso por no prevenirlos. Que una vez cruzada la última página y cerrado el libro, no se queden ustedes turulatos, por sentir ahora este universo que habitamos bastante más maravilloso de lo que era cuando empezaron a leer esta novela.

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